
Grigori Stravinski, personaje olvidado, gravitó alrededor de algunas de las figuras más representativas del siglo xx, como Misia Godebska, Igor Stravinski, León Bakst, Serguéi Diáguilev, Marcel Proust, Pablo Picasso o Bella Dorita. Pero su papel no fue neutro e imparcial; Grigori Stravinski dejó su huella –hasta ahora insospechada- en algunos de los hitos estéticos más notables del siglo xx, como el diseño del icónico frasco del Chanel N.º 5, o los vestuarios más deslumbrantes de la emblemática compañía de los Ballets Rusos.


Con un carácter impredecible e irregular –y con una predilección por la ciencia y el arte a partes iguales-, trató de orientar su vida primero hacia la música, las artes plásticas y la química hasta que finalmente descubrió la perfumería, ese universo riguroso y etéreo que le desveló Ernest Beaux y en el que consiguió ver como ciencia y arte confluían en una misma dirección.
Pero sería injusto reducir su vida a una sola inclinación: Grigori Stravinski, de carácter polifacético, cultivó otras pasiones como la fotografía, la lectura, el alcohol y –debemos decirlo- los prostíbulos y la vida libertina. Esa misma predisposición abierta hacia lo plural hizo que fuera capaz de ocupar con versatilidad todos los estratos que la vida le ofreció: en San Petersburgo, habitó tanto la aristocracia y la alta alcurnia de los Yúsupov como la cultura que se respiraba en la familia Stravinski; en París descubrió la vida bohemia de cafés, restaurantes y prostíbulos, pero también los salones literarios y círculos más selectos de la ciudad. En Barcelona, el patrón se volvió a repetir y pasó sus noches en locales de dudosa reputación como el Barcelona de Noche y sus días en locales tan emblemáticos como el Ateneu Barcelonès o el Círculo del Liceo.

Si bien es cierto que Grigori Stravinski no consiguió hacer funcionar sus negocios –ni en París ni en Barcelona- sería injusto tachar su vida de fracaso. En primer lugar, porque él nunca persiguió el éxito: parece evidente que cierta ambición y pretensión de triunfar hincharon su espíritu cuando decidió abrir sus dos perfumerías en la capital francesa. Pero esa energía exultante y expansiva que recorrió sus venas antes de abrir sus negocios parece provenir más bien del nacimiento de una nueva ilusión ciega e infantil a la que le traían sin cuidado los resultados.


Es cierto: sus proyectos personales no prosperaron. Pero debemos remarcar que su presencia fue providencial para distintas personas: en lo profesional, para los ya mencionados Beaux y Bakst, pero en lo humano para Proust, el gran duque Dimitri Pávlovich Románov –su primer gran amor- y, sobre todo, para Misia, su infatigable amiga y, seguramente, la persona más importante de su vida.

Décadas después de su muerte, cuando escogimos el número 5 de la Calle dels Mirallers como local para Parfumerie, hallamos fotografías tomadas por él mismo, bocetos de fórmulas químicas y fragmentos de sus memorias gracias a los que pudimos reconstruir su vida. El descubrimiento del personaje y de su trayectoria vital nos fascinó e inspiró: vimos que su curiosidad infatigable debía estimularnos para encontrar constantemente nuevos cócteles y recetas, y que el rigor y la exactitud con que elaboró sus fórmulas químicas debía recordarnos constantemente que la elaboración de un cóctel debe ser milimétrica y precisa; finalmente, quisimos que su carácter tierno y generoso, casi infantil, se convirtiera en el espíritu de Parfumerie.


La historia de Parfumerie comienza en 2025. Pero su verdadero origen se remonta a un día de julio de 1888.